La
verdad es que no paran.
No
sé si de detectarlos o de producirse.
Desde
todos los frentes insisten en repetir el mensaje de “son
unos pocos y haberlos haylos en todos los sectores”. Algo
que, por descontado, el pueblo desea creer, aunque le cueste.
La corrupción, en sus distintas formas: tráfico
de influencias, pucherazos, impunidad, fraudes, caciquismo,
prevaricación.., parece tan antigua como el ser humano.
La corrupción, definida como: En las organizaciones,
especialmente en las públicas, práctica consistente
en la utilización de las funciones y medios de aquellas
en provecho, económico o de otra índole, de sus
gestores (RAE, 20ª ed.), aparece y tiene sentido, especialmente,
con el desarrollo del Estado y la Administración.
La cuestión es que, en los últimos tiempos, este
asunto está tan presente que uno tiene el dilema de elegir
entre dos alternativas:
a) Los corruptos son pocos y hay que perseguirlos.
b) Los corruptos son todos los que llegan al poder y bastante
haremos con controlarlos.
Evidentemente, desde el poder (los poderes) el mensaje incide
en el primer argumento.
Sin embargo, desde los administrados, el ambiente que prima
tiene más que ver con la idea de que poder = corrupción.
Si me has leído en alguna ocasión, quizás
sabrás que mi postura sigue el “dictum de Acton”:
El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe
absolutamente. Razón por la cual no paro de luchar
por la existencia de auténticos mecanismos de control,
ahora ausentes, en nuestro Colegio Profesional.
Porque, cuando no hay mecanismos de control del poder, o los
que hay no funcionan, estamos ante un poder absoluto. Y ya he
dicho lo que sugería Lord Acton al respecto.
En este contexto de sorprendentes imágenes relacionadas
con la corrupción (no puedo quitarme de la cabeza la
imagen de Macià Alavedra esposado con su bolsa azul tal
que chorizo ratonero), es imposible evitar pensar qué
esconden las instituciones cuando se niegan a proporcionar información,
o cuando obstaculizan la representación de sus contribuyentes,
o cuando incumplen las promesas y códigos éticos,
o cuando simplemente no dan explicaciones si se les pide.
¿Y qué pensar cuando una institución se
resiste, reiteradamente. a implantar medidas de control del
ejercicio del poder?.
Recuerdo que se considera corrupción la utilización
de las funciones y los medios de una organización pública
en provecho, económico o de otra índole, de sus
gestores.
No quiero utilizar esa palabra, “corrupción”,
para referirme a algunas “singularidades” que he
apreciado en nuestro Colegio Profesional. Entre otras razones
porque no me importa la etiqueta que se le ponga. No es esa
la cuestión.
No obstante, he solicitado por escrito que se incluya en el
orden del día de la próxima Junta General de Colegiados/as
(se supone que a mediados de Diciembre), el cese del actual
Vicedecano y del actual Presidente de la Sección de Psicología
Clínica y de la Salud, por incumplir el Código
de Estilo de Junta de Gobierno y/o unas normas éticas
básicas del mundo corporativo público sobre no
vincular la empresa privada de los gestores con la gestión
de la institución.
Son unos ceses que tendrán que decidir las personas colegiadas
asistentes a esa Junta General (tú, si decides ejercer
ese derecho) tras escuchar los argumentos por los que solicito
esos ceses y, por descontado, los argumentos de los interesados.
No
denuncio a nadie, no acuso a nadie, no insulto a nadie. Simplemente
ejerzo un derecho básico en cualquier institución
(y más si es de carácter público): el derecho
a que sus administrados conozcan y, posteriormente, decidan.
Si mis argumentos son ridículos, sufriré burla
y mofa ante toda la Junta General de personas colegiadas. Pero,
no por ello, no tengo derecho a hacerlo.
Ejerzo uno de los más elementales mecanismos de control:
el derecho a someter a la decisión de la Junta General
la continuidad de un gestor de la institución.
Para acabar, por si alguien se ha perdido algún párrafo,
quiero recordar que se define corrupción como: la
utilización de las funciones y los medios de una organización
pública en provecho, económico o de otra índole,
de sus gestores.