En
los últimos años vengo observando, o teniendo
la sensación, de que el absurdo se ha implantado como
regla de conducta.
No me refiero al COPC, que… por supuesto. Eso vendrá
más abajo. Me refiero a todos los ámbitos de nuestro
occidental y oriental universo.
A nivel económico nos encontramos con una crisis provocada
por el capital que se trata de resolver, fundamentalmente, con
presión sobre la fuerza de trabajo y, el colmo del absurdo,
promovida la solución por parte del capital. No quiero
imaginar lo que diría Marx si levantara el puño.
A nivel político, lo mismo que denuncio con respecto
al COPC: prepotencia, maniqueísmo, olvido de los administrados,
luchas intestinas y burla solemne (por poner un ejemplo reciente,
el patrimonio de un presidente de una comunidad autónoma
cifrado en una cantidad tan ridícula que… de increíble
pasa a absurda).
A nivel social, el absurdo de convertir en noticia de telediario
a un señor que se toca los “mismos” en un
concurso de tv sería una muestra. Los problemas de los
juzgados de Madrid saturados ante demandas de personajes de
dudosa catadura, la valoración del éxito mediático
como realidad de yo qué sé, la conversión
de la información en sensacionalismo barato…
En
algunos momentos he llegado a sentir que el imbécil era
yo.
Gracias
a los dioses, de vez en cuando, se aprecia algún detalle
de lucidez que me hace pensar que no, no estoy tan equivocado
y, esencial para una salud mental aceptable, no estoy tan solo
como pudiera pensar.
Y, como suele ser habitual, esto viene a cuento de un nuevo
absurdo que me ha obligado a vivir nuestro COPC y que, en un
primer momento, me ha dejado con cara de idiota y luego, eso
habría que tenerlo en cuenta, con cólera suficiente
para cometer una coherente pero indeseable idiotez.
Te cuento. Y, aunque te parezca que me repito, te aseguro que
es un nuevo collar (aunque el perro sea el mismo).
En Abril del año pasado solicité se me permitiera
consultar las actas de la Junta Permanente de nuestro COPC.
Me
contestaron que, bueno, que podría ser pero que se iba
a consultar a la Agencia de Protección de Datos por si
lesionaba algún derecho a la intimidad.
Pasan los meses. Consulto a la Agencia de Protección
de Datos por si tienen alguna consulta del COPC pendiente. Y
me confirman que no. En Octubre.
Inmediatamente, es decir en Octubre, vuelvo a escribir al COPC
para pedirle que me informe de cómo está el tema
de consultar las actas de nuestra Junta Permanente.
Pasan los meses sin respuesta.
Y, de nuevo, acudo al Síndic de Greuges a poner en su
conocimiento esta situación.
Sí, es entonces cuando se mueven. ¡Qué lástima!.
Y, aquí viene el absurdo, se atreven a responder lo siguiente:
“Li recordó que des que varem parlar pel tema de
que vosté volia venir a veure les actes de la Junta Rectora
(es Permanente, pero bueno), no hem tingut més noticies
seves”.
Menos mal que todas las comunicaciones con nuestro Colegio Profesional
las realizo por escrito, porque si no…
Parece
que no hay ningún reparo en mentir por escrito con el
logo del COPC. (Si alguien quiere financiar un recurso contencioso-administrativo
y la posibilidad de uno penal, que me lo diga).
Sigo…
“Potser al no venir a la reunió de la Comissió
Permanent tal com se li va proposar (para hablar de la solicitud
de cese del Vicedecano, no para otra cosa), vosté ja
no hi ha pensat més”.
Olé y olé.
Los expertos en la mente humana somos así, tenemos un
don que nos permite adivinar lo que otros (quizás) piensan.
Y lo tomamos como cierto y guía nuestros actos.
Acabo…
“Des aleshores (¿cuándo?, ¿cuándo
es “aleshores”?...) aquestes actes están
separades i a la seva disposició.”
¡Bien!.
Una vez más, he necesitado casi un año, varios
escritos y una queja al Síndic para conseguir ejercer
un derecho.
Quizás exagero y no es para tanto. Quizás soy
yo el que está fuera del sistema y la realidad que nos
toca vivir es ésta. Una realidad en que lo blanco es
azul, o verde si me subo a una palmera. Una sociedad en que
las reglas sociales y legales son usadas por el poder -por cualquier
poder- como ropa interior de quita y pon (y además desechable).
Sé que yo solo no cambiaré el mundo llevando mis
bolsas de envases y vidrio al contenedor de reciclaje. Pero
sé de cierto que, si no lo hago, contribuyo a que todo
siga igual.